viernes, 19 de octubre de 2007


Chile v/s Perú
Por Pedro Soto Palma


LA PREVIA

Las calles en Concepción estaban vacías, sumidas en un confuso letargo. El sonido de la tenue brisa era interrumpida, a ratos, por distantes cánticos que se filtraban de la TV. Los transeúntes caminaban raudos, mientras, locatarios cerraban las cortinas de fierro de sus negocios. El partido estaba por comenzar.

1º TIEMPO

Iba en el bus habitual escuchando el relato deportivo. El micrero puñeteaba al volante, la abuela que iba en el primer asiento, escuchando con dificultad, se subía la enagua, y la colegiala comenzaba a mirar (distraídamente) al chofer. Cuando éste devolvía su cumplido por el espejo retrovisor, nuestros once guerreros ponían a los peruanos contra el pasto del Estadio Nacional desde el primer minuto. Eso me gustaba, me incitaba a creer en el esquivo triunfo. Después de un par de gambetas por aquí y por allá el “Chupetín” se despacha el primer gol de la oncena nacional.
En la intersección de Ainavillo con Maipú escuché las primeras fanfarrias que salieron disparadas de los departamentos contiguos al Kamadi. Estudiantes colgaban de las ventanas entonando el himno nacional con la mano en el corazón.
Luego, de una mala jugada de la selección chilena, el chofer perdía la paciencia. La abuela me sonreía y la colegiala comenzaba a insinuárseme. A pocas cuadras, el chofer me lanzó una mirada (penetrante) por el espejo retrovisor. Mis manos sudaban por la incertidumbre que provocaba en mí el relato. Imágenes de nuestra oncena, perdiendo el balón, me atacaban. Me propinaron duros golpes en las costillas mientras que los minutos se hacían cada vez más lentos. Quería encontrar esa palabra. Quería escuchar aquel grito vehemente que es capaz unir las voces de un país en una proclamación de triunfo. Sin embargo, los dos minutos de descuentos eran más eternos que el paraíso.


2º TIEMPO

Me calmó el gol de Matías Fernández y el abrazo de la colegiala quien a ratos calmaba mi ansiedad. El chofer me miró por el espejo retrovisor y la anciana nuevamente se subió las enaguas. Debía bajarme en la próxima parada, pero estimaba no hacerlo sin saber el resultado. No quería que la incertidumbre se transformara en un tumor maligno en mi estómago. En contra de mi voluntad me bajé del bus. Corrí tres cuadras. Cuando llegué a casa encendí la TV. Ahí estaban los muchachos de siempre, luchando en el terreno contrario sin claudicar, ni dejar que el contrincante se mofara del resultado. Los minutos, el relato del comentarista de Canal 13, la sugestión de un gol en contra, y la muda soledad de mi habitación, intentaban crispar mis emociones aún más. Pero el aplauso del círculo de fuego que rodeaba al Estadio Nacional (ovacionando a Marcelo Salas) gatilló en mí la confianza que un hincha no debe perder.
El partido terminó como debía terminar, con dos goles a nuestro favor y un país que comienza a soñar con ir al Mundial. Ganarlo (quizás, por el momento) sean palabras mayores! PERO QUÉ IMPORTA SI HOY GANAMOS… ¡

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